miércoles, 29 de septiembre de 2010

Ella.

Aire.
Aire que se convierte en viento que se convierte en tormenta.
Agua.
Agua que golpea con fuera las ventanas, agua que explota al caer al suelo, que moja, que purifica.
Aire y agua, la mejor combinación.
Entonces las cortinas se abren y sale ella.
Ella. Etérea. Fina. Tranquila.
Mientras el público aplaude suena su canción.
El sonido de sus pasos se ve ahogado por el trepiqueo de las gotas. Nota como su vestido blanco se moja, ciñéndose a su cuerpo y mostrando sus curvas. El pelo se le pega a la cara y a la espalda.
Sus zapatos de mojan. Ella se agacha y se los quita, sujetándolos con la mano izquierda.
El frio de la noche le pone la piel de gallina, nota como sus pezones endurecen, pero no le importa, Ella sigue caminando.
No le importa la noche cerrada, la lluvia incesante que cae como una manta, el aire que la golpea fuertemente. No le importan sus zapatos, su pelo, su vestido blanco empapado.
Seguirá hacia delante, no parará hasta encontrar aquello que busca.
De repente, un rayo ilumina el cielo. La ciudad amanece por un segundo, sus pupilas se encogen, luego vuelve la oscuridad con más fuerza.
La luz de las farolas se debilita. Apenas se ve nada. No hay coches, no hay bancos, no hay papeleras. Sólo Ella y la ciudad.
Ella y el mundo.
Ella, buscadora incesante, continuamente en vilo tratando de encontrar algo.
Dará la vuelta al mundo.
¿Conseguirá encontrarlo alguna vez?

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