sábado, 9 de octubre de 2010

Tenía los ojos del mismo color que sus zapatos.


Recuerdo que aquella mañana llovia. Llovia a mares. Llovía tanto, que no se veía un alma por la calle.
Mientras salía del ascensor de mi piso abrí mi paraguas amarillo y con valor salí a mojarme un rato.
Se me ocurrió coger un taxi, pero tampoco encontraba ninguno, así que tuve que andar dos manzanas hasta que llegué a la cafetería donde desayunaba todos los días.
Cuando entré, Loretta me condujo con una sonrisa hasta mi mesa de siempre, y sin tomarme nota fue a prepararme mis tostadas con mermelada y mi café con leche extra de café.
Cuando lo trajo, charlé un par de minutos con ella y cuando se fue a tomar nota a otros clientes cerré los ojos y me apoyé en el respaldo de mi butaca.
Lo que más me gustaba de aquella cafetería es que era la típica donde nunca entraba nadie que no la conociera ya. Desde fuera los cristales estaban empañados, y no se veía bien lo que había dentro, pero cuando entrabas te dabas cuenta que era el lugar más acogedor de aquella triste ciudad.
Un olor penetrante a café recién molido se te colaba por todas las células de la piel cuando entrabas. Parecía que te encontraras dentro de la cafetera, porque fuera invierno o verano allí dentro siempre hacía una temperatura ambiente, ni calor ni frio.
No había sillas, sino sillones, cada uno de una forma diferente. Ninguno era comprado, todos eran regalados por clientes que iban allí a menudo. La única condición que ponía Loretta para aceptarlos era que estuvieran muy usados, tanto que poseyeran recuerdos propios.
Las mesas eran de madera de roble, robustas y oscuras, como las mesas antiguas, las de toda la vida. Lo que tenían de original era que estaban todas rayadas. Alguien se había encargado de extender la costumbre de poner el nombre en la mesa donde se comía, así que mientras tomabas un suculento tazón de café podías entretenerte leyendo lo que ponía en las mesas.
Estaba sentada de espaldas a la entrada, pero os puedo asegurar a todos, que cuando él entró, lo sentí igual que si me hubiera pasado por encima.
Recuerdo que el reloj que había encima de la barra se paró, Loretta se quedó blanca como la leche y parecía que había anochecido, pese a ser las ocho de la mañana.
Fue entonces cuando aquel misterioso desconocido me miró, o mejor dicho me observó sin ningún pudor, ¿qué normas de conducta eran esas?
Dos segundos después apareció a mi lado.
- ¿Está libre?
- No
Y haciendo caso omiso, se sentó en frente mia.
Justo entonces me di cuenta que tenía los ojos del mismo color que mis zapatos.
De ese color tan raro.
Verde tirando a gris.



L.

4 comentarios:

  1. Me encanta la escena esta muuy buena
    divino tu blog esta re bueno
    te estoy siguiendo, me seguis?
    www.worsethandrugs.blogspot.com
    me gustaria un comentario tuyo
    Besos

    ResponderEliminar
  2. Muchisimas gracias por tu comenatario, pero a que te refieres con todos los sentidos? Un beso, bonito blog!

    ResponderEliminar
  3. pues si que es un color extraño para ojos si, pero en todo caso, ibais aconjuntaditos.
    Como siempre genial.
    Soy sombra, no sé porque de nuevo no me carga el bloc gruuuuu
    Besines

    ResponderEliminar
  4. Por lo menos puedes comentar en anónimo sombra, hay gente que me decía que no podía :S

    ResponderEliminar