jueves, 26 de agosto de 2010

La chica que miraba la luz de las farolas


La chica que miraba la luz de las farolas andaba perdida en la oscuridad de la noche. Distraída se dedicaba a escuchar cada sonido que entraba por sus oídos. Soplaba un fuerte viento y el frio le recorría cada una de las partes de su cuerpo. Mientras todo parecía tranquilo en ese pequeño pueblo lejos de cualquier ciudad su mente estaba sumida en el más profundo caos.
No era capaz de concentrarse en mantener un solo pensamiento por más de cinco segundos, al contrario, en ese tiempo, parecía que pensara en diez.
A lo lejos, un gato empezó a entonar un aullido lastimero, y eso le puso la piel de gallina.
Andaba por una calle estrecha, sin nadie a la vista, cuando algo la inquietó.
Comenzó a escuchar voces que provenían de la plaza por donde tenía que pasar en breves.
Decidida, cogió su bolso marrón con más fuerza y siguió hacia delante con paso decidido.
Mientras pasaba por el lado de aquellas voces escuchó algo que la dejó totalmente desprevenida.
Una risa. Una carcajada de felicidad acompañada de unas cuantas más a las que no prestó atención. Tan sólo escuchó esa risa que tan familiar le era.
No miró, sería demasiado, y mientras seguía su camino bajó la cabeza y todos los pensamientos se le evaporaron de la cabeza para dejar espacio a uno solo. Esa risa. Su risa. La risa acompañada de la sonrisa que tanto tiempo le había costado olvidar. La causa de que mirara tanto a las farolas, desde hacía tanto tiempo, esperando a que él le mandara una señal.
Justo cuando lo asimiló todo se paró en seco. Se quedó clavada a la tierra esperando, que digo, deseando que no fuera él.
En ese momento, una mala pasada del subconsciente le hizo darse la vuelta. No tenía sentido, ya no podría verles, pero de repente otro golpe le dio de lleno en el estómago.
Él estaba ahí, plantado, igual que ella, mirándola fijamente a través de sus cristales.
Los diez metros que les separaban se convirtieron en quilómetros, el aire se volvió irrespirable, los recuerdos del pasado le abofeteaban el cerebro y como no, su corazón latía a veinte mil por hora. Qué extraño era verle de nuevo. Qué extraño tenerle tan cerca. Se preguntó si estaba soñando. Se preguntó si podría mover las piernas hasta llegar hasta donde estaba él y entonces… Entonces se dio la vuelta y siguió su camino.
No escribía sus errores con boli para luego pisotearlos y volver a cometerlos.

2 comentarios:

  1. Que los escriba con lápiz para que el tiempo los borre cuando los haya aprendido ;)

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  2. Prefiere escribirlos con boli, no sea que se le olvide alguno y lo vuelva a cometer

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